agosto 18, 2011

El Taxista

Si bien Alberto había estudiado Economía en La Paz, le fue difícil encontrar trabajo ya que antes de  poder terminar de escribir su tesis de grado, se casó con su novia de toda la vida y tuvo a su primer hijo. La única opción tangible para él era la de tomar el coche de su papá y trabajar como taxista. El prefería hacerlo en las noches ya que la renta es más alta y porque dentro de sí tenía la idea de poder tener clientes exóticos o estrafalarios. Así también, trabajando de noche, podría cuidar de su hijo mientras su esposa fuese a trabajar en las mañanas.

Ya lleva Alberto dos semanas como taxista y ya ha tenido varios clientes, muchos raros e incluso ya se hizo de un cliente regular. La segunda noche, mientras iba por Miraflores, un hombre con camisa y desnudo de la cintura para abajo hizo parar su coche para llevarlo a su casa. Le comentó que estaba con la mujer de su amigo hasta que él llego, atinó a salir por la ventana sin ropa.

El viernes pasado también le pasó algo curioso. Llevaba a una pareja de Obrajes a San Pedro pero ellos comenzaron a discutir, entonces la mujer le pidió a Alberto que dé vueltas por la ciudad mientras discuten. Tuvo que manejar por tres horas y media hasta que la pareja solucionó su problema. Le pagaron 200 Bolivianos.

A Alberto estas aventuras le gustan porque le emociona mucho contarle a su esposa lo que vive. También Alberto tiene miedo a los cogoteros, tiene miedo de ser ahorcado por algún pasajero inescrupuloso. Es por eso que tiene una barra de hierro, un cuchillo y un bote de gas debajo de su asiento en caso de que sufra un ataque.

Pero lo más escalofriante que vivió como Taxista le ocurrió anoche.

Estaba comiendo una hamburguesa sin llajwa en el carrito de su casera cuando una mujer de pollera, alta e imponente, preguntó en voz alta quién era el dueño del taxi que estaba estacionado. Alberto levanto la mano como colegial y la mujer le preguntó si podría llevarla hasta Munaypata: -Bien te voy a pagar joven si me llevas rapidito- Dijo la mujer con una sonrisa sospechosa.

Alberto, pese a tener alguna duda o mal presentimiento, aceptó con la cabeza, termino de comer su hamburguesa, se limpió las manos a la rápida, se chupó el dedo índice como siempre lo hacía luego de comer con las manos y subió a su coche. La mujer llevaba dos bolsas grandes. Alberto no pudo distinguir que cosas podían contener las bolsas.

Tomaron la Pando y subieron luego la América. Por el retrovisor Alberto podía ver como la mujer veía a los travestis de la calle con una sonrisa infantil, como si estuviera observando un espectáculo o fuegos artificiales. Luego una de las llantas pasó por un bache que hizo saltar a la mujer del asiento y mover sus bolsas. Entonces Alberto comenzó a sentir un olor desagradable que se hacía más intenso a cada segundo.

Alberto le preguntó a la mujer con todo el respeto que le caracterizaba, sobre el contenido de las bolsas. La mujer le respondió con toda naturalidad: -Mis cosas son joven, no se preocupe, mis asuntos son-.

Alberto abrió las ventanas pero el olor lo sentía ya en su ropa y en sus manos. Era como un virus que se propagaba por todos los rincones del auto. Alberto, cuando pasaban la calle Calatayud le pidió a la mujer si podían poner las bolsas en la maletera porque si seguían así el tendría que devolver todo lo que había comido diez minutos antes. La mujer al principio se negó rotundamente pero tuvo que aceptar cuando Alberto paró el taxi y le dijo que no se movería hasta que las bolsas estén en la maletera. La mujer con rudeza le dijo que si quería hacerlo, él tendría que llevarlas porque a ella le dolían los pies.

Alberto entonces salió del coche, abrió la puerta trasera, levanto las dos bolsas y las llevó a la maletera, pero era tan grande la curiosidad que decidió ver cuál era la fuente de tal desagradable olor. Cuando abrió las bolsas a Alberto le pasó un hilo de sudor por toda la columna al ver que el contenido de las bolsas eran tres cabezas..........
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una cabeza de cebolla y dos cabezas de ajo.

Este cuento es como una leyenda urbana/chiste que circulaba cuando era niño, snif. Grandes recuerdos.

1 comentario:

Lala dijo...

Me caí al piso de risa. Gracias por la dosis.

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