diciembre 02, 2010

Sesenta años de vida y tan solo catorce minutos tuvieron que pasar para escribir esto (segunda parte)

Lee la primera parte

Mirar más adelante es encontrarme con la adolescencia. Que nombre más injusto para aquel periodo de tiempo, ¿acaso tuve alguna dolencia aquel entonces?, no, de hecho recuerdo ser indestructible, casi inmortal... bueno, en realidad quiero recordarme así. Si, la adolescencia te trae muchos cambios. Y no hablo de los físicos ni de las largas tardes encerrado en mi dormitorio explorando(me) para concer(me) más. Hablo de los cambios sociales.

En primaria los amigos si son amigos, en secundaria es donde tuve que formar parte de un grupo, vaya tontería ésta de los seres vivos. Tratar de ser aceptado por gente que tiene tus mismos temores y dudas, vamos, por personas como usted, como yo. Mi grupo de “amigos” fue el de los “inteligentes”. No es que me agradaran, simplemente me desagradaban menos. A veces compartir las horas se tornaba aburrido, sus juegos poco entendibles, sus bromas aún más complejas y sus burlas hacia mí por no saber lo que trataban de decir o hacer. No, no tenía muchas opciones, era eso, o compartir espacio con el grupo de Roberto y su vandalismo ocioso. Pobre de él, acabar tan pronto tras las rejas y por un error.

A falta de alternativas, comencé a disfrutar de la soledad, perder el tiempo frente a la caja idiota, contemplar la naturaleza pensando en aquella chiquilla que a uno le quita el sueño… Solo cuatro chiquillas me dejaron sin deseos de dormir, dos en el colegio y dos durante la banal época universitaria.

Mi incapacidad de responder a los cambios bruscos, a los chistes y las ofensas perduró durante mucho tiempo, es más opté porque tal característica perdurase, hay cosas que no deben cambiar. “Lastima antes de ser lastimado”, se me vino a la memoria el consejo de Bruno, fui un tonto al hacerle caso; recuerdos que tal vez ya no son relevantes para Adriana, disculpas al aire, ¿Qué será de Adriana?

Uno aprende a amar con el tiempo a su manera, yo aprendí a amar con pasión escondida, con pasión reflejada en el movimiento de mis manos y mis labios. Me gustaba “amar” de esa forma acalorada, en la calle, con mucho tacto.

Tal vez fue al terminar la secundaria… me gustaría saber en que momento perdí las riendas de mi vida. Vaya tontería, dejé de seguir mi instinto; no logré escapar de casa para vivir a mi manera, viajando, soñando... tuve que escuchar a mis padres, ingresar a la universidad, hacer lo que no tenía pensado hacer. En parte soy culpable, hoy solo quedan restos de sueños, pedacitos del niño que fui y durante años vi reflejado en el espejo, por la mañana.

Han pasado diez minutos escribiendo esto y voy arrepintiéndome de no haber comenzado antes, tantas cosas de las que me arrepiento. Solo una vida que no puedes comparar con una segunda o tercera mejor o peor vivida.

Continúa…

El presente cuento fue escrito y editado a tres manos por José Alfredo Fuentes, Luis Enrique Ramos y Alexis Argüello Sandoval; cada una de las tres partes que componen al cuento ha sido publicada en el blog de su correspondiente autor. Para leer la primera parte solo necesita presionar aquí, para leer la segunda parte aquí, y para leer la tercera parte aquí.

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