Pero un día la historia de aquella ciudad cambió bruscamente. Una mañana o tal vez tarde, allá a inicios de los años cuarenta, en plena guerra europea, un contingente de soldados alemanes divisó aquella ciudad y con listas en mano y una logística impresionante reunieron a los cuarenta mil habitantes para dirigirles las órdenes que dichos soldados tenían de sus superiores.
Pudieron ser creativos aquellos soldados y decir que todos y todas serían trasladados a centros especiales como mano de obra, o pudieron ser torpes y atormentar a aquellos ciudadanos con bromas y brutalidad. Nunca lo sabremos.
Llegaron los trenes a la ciudad, los ciudadanos de aquella ciudad compraron su billete de tren para hacer un viaje a una pequeña ciudad en Polonia. Vagones de madera con pocas rendijas para respirar fueron el precario alojamiento por al menos 2 días para estas personas. En cada vagón permanecían de pie entre ochocientas a mil personas, todos apretujados, todos humillados, todos asustados.
Próxima y última parada, Auschwitz Birkenau.
Érase una vez cuarenta mil personas de una pequeña ciudad en el centro europeo. Los registros de estas personas fueron quemados cuando la guerra se ponía cuesta arriba para los alemanes de Hitler. El único rastro de aquella pequeña ciudad son los cuarenta mil pares de zapatos que permaneces como testigo de la existencia de una pequeña ciudad en el centro de Europa.
Otras cuarenta mil vidas se apagaron en Birkenau, la pequeña ciudad quedó abandonada y esas cuarenta mil historias de vida ahora son solo números, estadísticas...
(Este relato puede ser cierto o no, lo más triste es que, probablemtente sea cierto)
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