A Davor Kilic le dieron la penosa labor de ir a casa del soldado Iwor y explicar a la mujer de éste que su marido había muerto en combate. Al llegar a la puerta, Davor se quedó pensando en la forma más adecuada de avisar la triste noticia. Llevaba el traje militar de gala, había pasado por la peluquería entonces su look impecable contrastaba con la cara de tristeza que tenía. Fue interrumpido cuando la mujer de Iwor, Kara, abrió la puerta de su casa y encontró a Dawor mirando como su pie trazaba líneas en la alfombra de bienvenida. Intercambiaron miradas y ella entendió todo lo que había pasado. Se acarició las sienes mientras Dawor, temblando, sacaba de su maletín la carta que el gobierno serbio enviaba a las viudas de los caídos. Al alzar la mirada, Dawor se dio cuenta que Kara esbozaba una sonrisa disimulada, y es que ella comenzó a recordar su vida de casada: los golpes certeros cuando la comida no era del agrado de su marido, las borracheras y las violaciones que había sufrido al lado de Iwor, al claustro que sufría cuando éste estaba de mal humor.
Kara sintió que el destino y que el enemigo la había liberado, una bala enemiga había sellado su independencia. Vio que Dawor no entendía lo que pasaba, lo abrazó para que la consuele y lentamente ella comenzó a besarle el cuello mientras lo metía lentamente a su casa para celebrar.
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