Conocí a Agustín en un bar. Y me contó esta historia, su historia:
Iba caminando por una calle medio desierta cuando escuché los gritos de una mujer. Me acerqué a la puerta de su casa para poder escuchar algo pero apenas me acerqué, se abrió la puerta y salió una mujer con tres cachorros en sus manos que temblaban de terror. Me preguntó que qué quería y yo me hice al desentendido. Me iba alejando y me llamó; me preguntó si quería uno de los cachorros, me dijo que era hembra y que los estaba llevando a matarlos. Con la sorpresa, el miedo, y la desorientación, elegí a la que más temblaba. Una miniatura que cabía en la palma de mi mano, un bicho marrón con una mancha alrededor del ojo izquierdo. La llamé Perla.
Entendía que tener una perrita en casa era como tener una hija en casa y más aún cuando vivía solo, me había dejado mi novia y lo único que me mantenía a flote era el trabajo. Desde el primer día Perla se convirtió en mi compañera. Muchas veces me despertaba antes de que sonara la alarma en las mañanas o esperaba a mi lado hasta que yo me duerma. Si, ella me cuidaba de esa forma. También era celosa, ladraba cada vez que hablaba con alguna mujer por teléfono y muchas veces asustó a mis eventuales visitas. Pese a todo eso, yo la quería mucho.
Luego vino el famoso recorte de la empresa, echaron a veinticinco en una semana, si, fuimos veinticinco y con esta crisis para todos se nos hizo cuesta arriba todo. Comencé a mandar CVs, buscar contactos, cobrar favores, los recursos habituales de un desempleado. Al mes y medio tuve la primera entrevista, pasadas dos semanas la segunda, una semana después la tercera. En todo este tiempo, la Perlita me acompañó y hasta creo que comió menos tratando de hacerme entender que había que apretarse los cinturones.
La quinta entrevista era para un puesto perfecto para mí perfil. Era tan buen puesto que parecía que el puesto tenía mi nombre y apellido. La primera entrevista era por teléfono y si todo andaba sobre ruedas tenía reunión con recursos humanos y adentro.
Estaba tan confiado con el trabajo que no estaba ni nervioso. Me llamaron al mediodía y el show de Perla comenzó. Escuchó que era una mujer la que iba a entrevistarme así que empezó a llorar y ladrar. Traté de llevarla a otra habitación pero se me escapaba. Pude encerrarme en mi habitación pero ella seguía llorando. Mientras yo trataba de responder las preguntas, solo tenía en mi cabeza a la Perla y todo tipo de castigos luego de que cuelgue el teléfono: "si, no va a comer hoy", esta semana no la llevo a ningún parque, se jodió la muy boluda", "seguí, seguí ladrando, es peor para tí". Estuve tan distraído en la entrevista que entendí que no iba a tener el puesto. Salí de mi habitación y miré a la Perla a los ojos, ella se hizo a la muerta la muy viva pero mi ira era muy grande y atiné a gritarle "carajo, no tenemos para comer!" y la violencia me ganó, le di una patada sin medir fuerzas, sin medir consecuencias. Sólo quería escarmentarla pero no herirla, quería lastimarla pero ella movió su cabeza y sintió todo mi pie en su rostro.
Voló por tres o cuatro metros, se levantó tosió sangre y algunos dientes y corrió bajo mi cama. Yo salí a caminar para pasar la ira. En la noche vino lo peor, volví pero ella seguía debajo mi cama, le pedí perdón, pero ella no se movía, yo trataba de sacarla pero me gruñía, ya no comía, solo se quedaba allí. Le lloré, le rogué que me perdonara pero ella terca como era no lo aceptó.
Mi última opción era mover mi cama para poder agarrarla y tratar de curarla, creo que tardé mucho, al hacerlo, la encontré muerta rodeada de un charco de sangre.
Ahora, cada noche sueño con ella, y cada día me arrepiento de lo que hice y le pido perdón aunque se que ella aún está resentida conmigo.
2 comentarios:
wooow me hizo recuerdo a "el gato negro" (de Edgard Allan Poe)
Michi: Mira vos, no lo leí pero lo vamos a hacer
Saludos!
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